Tendencias en recursos humanos para empresas y emprendimientos
junio 25, 2021
Microsoft presenta Windows 11
junio 30, 2021

Las enseñanzas que al mundo empresarial dejó un explorador de la Antártida

Las enseñanzas que al mundo empresarial dejó un explorador de la Antártida

antartica 3

Hace ya más de un siglo que el explorador irlandés Ernest Shackleton llevó a cabo una de las expediciones más extremas en la historia de la conquista de la Antártida, pero es solo en los últimos años que se ha rescatado el valor que su increíble gesta tiene para el mundo empresarial, las enseñanzas que este curtido aventurero dejó para los hombres de negocio.

Antes que nada, hay que aclarar que Shackleton no pudo cumplir su objetivo principal, que era atravesar por primera vez toda la Antártida pasando por la latitud 90 grados Sur, donde convergen todos los meridianos. La llamada Expedición Imperial Transatlántica (que se llevó a cabo entre 1914 y 1917) fue en cambio un ejemplo de supervivencia, de lucha tenaz contra las fuerzas de la naturaleza.

El barco varado y luego destrozado por la presión del hielo, la tripulación abandonada a su suerte en el helado mar de Weddell, un viaje de 1.300 kilómetros que parecía suicida en un botecito a mar abierto hasta las islas de Georgia del Sur… todo eso ha pasado a formar parte del imaginario mítico de la humanidad, pero también escoge unas enseñanzas que más vale tener en cuenta.

Durante los más de dos años que duró este angustiante viaje, Shackleton guió a su equipo dando pruebas de una creatividad y una tenacidad tan admirables que, como dijimos al principio, se han convertido en un ejemplo para los empresarios de todo el mundo. Al final no llegó a la Antártida, pero logró que todos sus hombres llegaran sanos y salvos a su país de origen.

A continuación, enumeramos algunas de las enseñanzas que nos dejó este explorador y que bien pueden servir para guiarnos en el mundo de los negocios:

  1. Adaptación. Shackleton tenía una meta a largo plazo que muy pronto se dio cuenta de que no podría cumplir, pero este fracaso trajo consigo un montón de tareas críticas a corto plazo que más le valía sacar adelante si no quería perder la vida. Su nueva tarea era sencilla y a la vez mucho más importante: que su tripulación se mantuviera con vida. Y para llevarla a cabo se fue planteando metas a corto plazo que cumplió metódicamente. Y lo tenía tan claro que así lo dejó escrito: “Hay que saber adaptarse a las nuevas circunstancias, y eso implica que las antiguas deben desaparecer de tu mente, hay que concentrar todos tus esfuerzos en lo que tienes delante”.
  2. Reclutamiento. A la hora de escoger a sus hombres, Shackleton tomó en cuenta algo a lo que no solía darse mucha importancia: el carácter. Además de marineros curtidos, él tomaba siempre en cuenta, en entrevistas que hizo personalmente para seleccionar a todos los hombres de su expedición, la voluntad, la fuerza mental. Cuando debió a escoger a cinco de sus mejores hombres para que le acompañaran en ese viaje casi suicida de 1.300 kilómetros a mar abierto en un pequeño bote para pedir ayuda, seleccionó al carpintero Harry McNish, con quien había tenido fuertes discusiones y quien lideró incluso un intento de insubordinación en los meses que habían pasado varados en el hielo. Shackleton sabía que era un hombre que valía a pesar de que no siempre estaba de acuerdo con él. En vez de rodearse de aduladores, el explorador prefería tener cerca a gente capaz. Otra de sus escogencias para este viaje fue Tom Crean, simplemente porque el marinero le había rogado participar. La voluntad, las ganas de hacer algo, la fuerza mental (además de la física) fue algo que siempre supo estimar Shackleton.
  3. Tomar en cuenta a los “problemáticos”. Dos de las personas que Shackleton consideraba más problemáticas en su tripulación por su fuerte carácter eran el mencionado McNish y el fotógrafo Frank Hurley. Y, sin embargo, dos de las ideas más originales y creativas de la expedición partieron de ellos dos. McNish reforzó el bote James Caird (con una eslora de apenas 6,7 metros) con una cubierta de lona para resistir la fortísima jornada que le esperaba en un viaje del que dependería la vida de toda la tripulación, y le agregó además cuatro esquíes para que pudiera andar entre el hielo. En cuanto a Hurley, éste utilizó una barra con la que se ajustaba la brújula del barco para crear una bomba de achique, el artilugio que Shackleton describió como el más útil de toda la travesía.
  4. Dar el ejemplo. Toda su tripulación llamaba a Shackleton “El Jefe”, y aunque muchas veces no estuvieron de acuerdo con él, todos lo veneraban y lo respetaban. Y eso era porque Shackleton fue en todo momento el primero en poner el ejemplo. Cuando estaban varados en la Isla Elefante ordenó que ningún marinero tuviese consigo más de un kilo de peso encima, y él mismo tiró la mar unas monedas de oro que tenía en los bolsillos y una caja dorada de cigarrillos, enseñándoles así que a la hora de sobrevivir el oro se convertía en lastre. Luego, cuando se acondicionó un barco de menos de siete metros para intentar llegar hasta las islas de Georgia del Sur, Shackleton dejó claro que solo había una persona que no podía faltar en ese peligrosísimo viaje: él mismo. Incluso llevó comida para solo un mes, porque si en un mes no llegaban a su destino sabía que se perderían para siempre. Y cuando llegaron a Georgia del sur, cansados luego de casi un mes en mar abierto, él se ofreció a hacer la primera guardia, y dijo que no la haría de una hora, como pensaban, sino de tres horas. Esto lo contaría luego el propio McNish, quien tuvo muchas diferencias con su capitán.
  5. Optimismo con los pies en la tierra. Shackleton sabía infundir ánimos en su tripulación como muy pocos. Cuando estaban varados cerca de la Antártida atrapados por el hielo que eventualmente reventaría al Endurance (el barco principal de la expedición), entretuvo las largas horas de espera planificando una travesía a Alaska. Parecía un delirio, pues no estaba claro ni siquiera cómo iban a salir de allí con vida, pero de esta manera, explicó después, les permitía a sus hombres mirar al futuro como si de verdad tuvieran un futuro cierto. Así fomentaba la esperanza. Y precisamente su marcado optimismo fue el que le trajo muchas discusiones con sus subordinados, aunque éstos reconocieron luego que Shackleton nunca excluía del todo las ideas contrarias, que era capaz de oír a quienes no pensaban como él.
  6. No quejarse. Una expedición al polo Sur a principios del siglo XX requería un físico impecable. Sorprendentemente, ese no era el caso de Shackleton, quien nunca tuvo buena salud. Pero jamás se quejó: en sus diarios podemos encontrar muchas cosas, pero ni una sola queja. Llegó al límite físico y psicológico, pero ninguno de sus hombres lo oyó jamás protestar. Ni una sola vez. Al contrario: era el que más guardias hacía, el que más horas pasaba frente al timón. Y como él no se quejaba, él que era el que más trabajo pasaba, ninguno de sus subalternos se sentía con derecho a hacerlo. Y en todo momento Shackleton estuvo pendiente de la salud de su propia tripulación, mucho más que de la suya: murió a los 47 años de un ataque al corazón en otra expedición polar.
  7. Unión en el grupo. En sus diarios Shackleton dejó claro lo importante que para él era la unión del grupo y cómo trabajó para crearla. “Todo lo que hice fue para promover la unión en la tripulación”, dejó escrito, consciente de que una ruptura en el grupo podía ser la diferencia entre sobrevivir o no. Tan unidos estaban que cuando al final debieron dividirse y unos se fueron en busca de las islas de Georgia del Sur y otros se quedaron varados en la Isla Elefante, nadie se sintió abandonado: todos eran uno. Minimizar las diferencias jerárquicas. A bordo del Endurance y del Aurora (los dos barcos que comenzaron la expedición) había jerarquías, sin duda, pero en ellos todos trabajaban y todos realizaban guardias, sean científicos, médicos o marinos. Era un sistema “sin castas”, como lo llamaba Shackleton, y así logró que en las situaciones de estrés que luego vivirían, los resentimientos entre unos y otros no estuviesen tan acentuados. Cuando el Endurance se hundió aplastado por el hielo luego de meses de haber encallado, se perdieron muchos abrigos de reno, que eran los que mejor protegían contra el frío. Solo había 18 abrigos de reno y el resto eran de lana (que abrigaban menos), pero entre todos eran 28 personas. Lo que hizo Shackleton fue sortear los abrigos al azar, e incluso él no participó en el sorteo y agarró un abrigo de lana. Crear normas y cumplirlas. Una manera que ideó Shackleton para evitar grandes conflictos fue la creación de pequeñas normas que todos debían cumplir. En la isla Elefante, donde estaban varados, nadie podía salir de su tienda a hacer sus necesidades sin cerrarla primero, ni dejar de cumplir las labores de limpieza, ni permitir que entrara nieve en los zapatos. Claro que todo esto era fuente de pequeñas discusiones y desacuerdos, pero así se evitaban también las interacciones abiertamente hostiles: la presión se liberaba de a poco en vez de dejar que se acumulase y explotase.
  8. El humor. Incluso en los momentos más duros, el explorador irlandés se las ingeniaba para mantener alto el ánimo de todos, y una forma era encontrar motivos de celebración por cualquier “tontería”. El 24 de octubre de 1915, cuando ya tenían un año de haber zarpado y tenían meses varados en una isla y con el barco principal atrapado por el hielo, Shackleton celebró “El día del Imperio” con una carrera de perros. Así provocaba risas, retos y apuestas, levantando el ánimo de su golpeada tripulación. También eran comunes las sesiones de imitación, y muchos marineros eran imitados por otros en sus actitudes más risibles. Pasarían muchos años y muchos de ellos todavía recordarían, por ejemplo, la imitación que el médico McIlroy hizo de Orde-Lees, un grumete que invariablemente le daba la razón a Shackleton en todo y lo seguía como un perrito faldero. El humor fue fundamental en esta expedición para mantener la unión en el grupo y el buen estado de ánimo.

Por: Javier Brassesco

Hace ya más de un siglo que el explorador irlandés Ernest Shackleton llevó a cabo una de las expediciones más extremas en la historia de la conquista de la Antártida, pero es solo en los últimos años que se ha rescatado el valor que su increíble gesta tiene para el mundo empresarial, las enseñanzas que este curtido aventurero dejó para los hombres de negocio.

Antes que nada, hay que aclarar que Shackleton no pudo cumplir su objetivo principal, que era atravesar por primera vez toda la Antártida pasando por la latitud 90 grados Sur, donde convergen todos los meridianos. La llamada Expedición Imperial Transatlántica (que se llevó a cabo entre 1914 y 1917) fue en cambio un ejemplo de supervivencia, de lucha tenaz contra las fuerzas de la naturaleza.

El barco varado y luego destrozado por la presión del hielo, la tripulación abandonada a su suerte en el helado mar de Weddell, un viaje de 1.300 kilómetros que parecía suicida en un botecito a mar abierto hasta las islas de Georgia del Sur… todo eso ha pasado a formar parte del imaginario mítico de la humanidad, pero también escoge unas enseñanzas que más vale tener en cuenta.

Durante los más de dos años que duró este angustiante viaje, Shackleton guió a su equipo dando pruebas de una creatividad y una tenacidad tan admirables que, como dijimos al principio, se han convertido en un ejemplo para los empresarios de todo el mundo. Al final no llegó a la Antártida, pero logró que todos sus hombres llegaran sanos y salvos a su país de origen.

A continuación, enumeramos algunas de las enseñanzas que nos dejó este explorador y que bien pueden servir para guiarnos en el mundo de los negocios:

Adaptación. Shackleton tenía una meta a largo plazo que muy pronto se dio cuenta de que no podría cumplir, pero este fracaso trajo consigo un montón de tareas críticas a corto plazo que más le valía sacar adelante si no quería perder la vida. Su nueva tarea era sencilla y a la vez mucho más importante: que su tripulación se mantuviera con vida. Y para llevarla a cabo se fue planteando metas a corto plazo que cumplió metódicamente. Y lo tenía tan claro que así lo dejó escrito: “Hay que saber adaptarse a las nuevas circunstancias, y eso implica que las antiguas deben desaparecer de tu mente, hay que concentrar todos tus esfuerzos en lo que tienes delante”.

Reclutamiento. A la hora de escoger a sus hombres, Shackleton tomó en cuenta algo a lo que no solía darse mucha importancia: el carácter. Además de marineros curtidos, él tomaba siempre en cuenta, en entrevistas que hizo personalmente para seleccionar a todos los hombres de su expedición, la voluntad, la fuerza mental. Cuando debió a escoger a cinco de sus mejores hombres para que le acompañaran en ese viaje casi suicida de 1.300 kilómetros a mar abierto en un pequeño bote para pedir ayuda, seleccionó al carpintero Harry McNish, con quien había tenido fuertes discusiones y quien lideró incluso un intento de insubordinación en los meses que habían pasado varados en el hielo. Shackleton sabía que era un hombre que valía a pesar de que no siempre estaba de acuerdo con él. En vez de rodearse de aduladores, el explorador prefería tener cerca a gente capaz. Otra de sus escogencias para este viaje fue Tom Crean, simplemente porque el marinero le había rogado participar. La voluntad, las ganas de hacer algo, la fuerza mental (además de la física) fue algo que siempre supo estimar Shackleton.

Tomar en cuenta a los “problemáticos”. Dos de las personas que Shackleton consideraba más problemáticas en su tripulación por su fuerte carácter eran el mencionado McNish y el fotógrafo Frank Hurley. Y, sin embargo, dos de las ideas más originales y creativas de la expedición partieron de ellos dos. McNish reforzó el bote James Caird (con una eslora de apenas 6,7 metros) con una cubierta de lona para resistir la fortísima jornada que le esperaba en un viaje del que dependería la vida de toda la tripulación, y le agregó además cuatro esquíes para que pudiera andar entre el hielo. En cuanto a Hurley, éste utilizó una barra con la que se ajustaba la brújula del barco para crear una bomba de achique, el artilugio que Shackleton describió como el más útil de toda la travesía. 

Dar el ejemplo. Toda su tripulación llamaba a Shackleton “El Jefe”, y aunque muchas veces no estuvieron de acuerdo con él, todos lo veneraban y lo respetaban. Y eso era porque Shackleton fue en todo momento el primero en poner el ejemplo. Cuando estaban varados en la Isla Elefante ordenó que ningún marinero tuviese consigo más de un kilo de peso encima, y él mismo tiró la mar unas monedas de oro que tenía en los bolsillos y una caja dorada de cigarrillos, enseñándoles así que a la hora de sobrevivir el oro se convertía en lastre. Luego, cuando se acondicionó un barco de menos de siete metros para intentar llegar hasta las islas de Georgia del Sur, Shackleton dejó claro que solo había una persona que no podía faltar en ese peligrosísimo viaje: él mismo. Incluso llevó comida para solo un mes, porque si en un mes no llegaban a su destino sabía que se perderían para siempre. Y cuando llegaron a Georgia del sur, cansados luego de casi un mes en mar abierto, él se ofreció a hacer la primera guardia, y dijo que no la haría de una hora, como pensaban, sino de tres horas. Esto lo contaría luego el propio McNish, quien tuvo muchas diferencias con su capitán.

Optimismo con los pies en la tierra. Shackleton sabía infundir ánimos en su tripulación como muy pocos. Cuando estaban varados cerca de la Antártida atrapados por el hielo que eventualmente reventaría al Endurance (el barco principal de la expedición), entretuvo las largas horas de espera planificando una travesía a Alaska. Parecía un delirio, pues no estaba claro ni siquiera cómo iban a salir de allí con vida, pero de esta manera, explicó después, les permitía a sus hombres mirar al futuro como si de verdad tuvieran un futuro cierto. Así fomentaba la esperanza. Y precisamente su marcado optimismo fue el que le trajo muchas discusiones con sus subordinados, aunque éstos reconocieron luego que Shackleton nunca excluía del todo las ideas contrarias, que era capaz de oír a quienes no pensaban como él.

No quejarse. Una expedición al polo Sur a principios del siglo XX requería un físico impecable. Sorprendentemente, ese no era el caso de Shackleton, quien nunca tuvo buena salud. Pero jamás se quejó: en sus diarios podemos encontrar muchas cosas, pero ni una sola queja. Llegó al límite físico y psicológico, pero ninguno de sus hombres lo oyó jamás protestar. Ni una sola vez. Al contrario: era el que más guardias hacía, el que más horas pasaba frente al timón. Y como él no se quejaba, él que era el que más trabajo pasaba, ninguno de sus subalternos se sentía con derecho a hacerlo. Y en todo momento Shackleton estuvo pendiente de la salud de su propia tripulación, mucho más que de la suya: murió a los 47 años de un ataque al corazón en otra expedición polar. 

Unión en el grupo. En sus diarios Shackleton dejó claro lo importante que para él era la unión del grupo y cómo trabajó para crearla. “Todo lo que hice fue para promover la unión en la tripulación”, dejó escrito, consciente de que una ruptura en el grupo podía ser la diferencia entre sobrevivir o no. Tan unidos estaban que cuando al final debieron dividirse y unos se fueron en busca de las islas de Georgia del Sur y otros se quedaron varados en la Isla Elefante, nadie se sintió abandonado: todos eran uno. 

Minimizar las diferencias jerárquicas. A bordo del Endurance y del Aurora (los dos barcos que comenzaron la expedición) había jerarquías, sin duda, pero en ellos todos trabajaban y todos realizaban guardias, sean científicos, médicos o marinos. Era un sistema “sin castas”, como lo llamaba Shackleton, y así logró que en las situaciones de estrés que luego vivirían, los resentimientos entre unos y otros no estuviesen tan acentuados. Cuando el Endurance se hundió aplastado por el hielo luego de meses de haber encallado, se perdieron muchos abrigos de reno, que eran los que mejor protegían contra el frío. Solo había 18 abrigos de reno y el resto eran de lana (que abrigaban menos), pero entre todos eran 28 personas. Lo que hizo Shackleton fue sortear los abrigos al azar, e incluso él no participó en el sorteo y agarró un abrigo de lana. 

Crear normas y cumplirlas. Una manera que ideó Shackleton para evitar grandes conflictos fue la creación de pequeñas normas que todos debían cumplir. En la isla Elefante, donde estaban varados, nadie podía salir de su tienda a hacer sus necesidades sin cerrarla primero, ni dejar de cumplir las labores de limpieza, ni permitir que entrara nieve en los zapatos. Claro que todo esto era fuente de pequeñas discusiones y desacuerdos, pero así se evitaban también las interacciones abiertamente hostiles: la presión se liberaba de a poco en vez de dejar que se acumulase y explotase. 

El humor. Incluso en los momentos más duros, el explorador irlandés se las ingeniaba para mantener alto el ánimo de todos, y una forma era encontrar motivos de celebración por cualquier “tontería”. El 24 de octubre de 1915, cuando ya tenían un año de haber zarpado y tenían meses varados en una isla y con el barco principal atrapado por el hielo, Shackleton celebró “El día del Imperio” con una carrera de perros. Así provocaba risas, retos y apuestas, levantando el ánimo de su golpeada tripulación. También eran comunes las sesiones de imitación, y muchos marineros eran imitados por otros en sus actitudes más risibles. Pasarían muchos años y muchos de ellos todavía recordarían, por ejemplo, la imitación que el médico McIlroy hizo de Orde-Lees, un grumete que invariablemente le daba la razón a Shackleton en todo y lo seguía como un perrito faldero. El humor fue fundamental en esta expedición para mantener la unión en el grupo y el buen estado de ánimo.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *